En las primeras páginas ya encontré rápidamente una bonita complicidad con unos personajes reconocibles que pertenecen a una generación que tardó demasiado en entender que significa hacerse mayor. Su protagonista, David, es víctima de una madurez malentendida que lucha para encontrar el equilibrio entre la frustración y las expectativas. Un perdedor entrañable, pero con la suficiente lucidez y autocrítica como para ir sobreviviendo. Como para digerir que la herencia que nos dejaron no es tan inmediata como pensábamos. Cuenta mucho con muy poco. Hace trascendental lo cotidiano, para volverse cercano e incluso empático con el lector. Sabe de lo que habla, domina los diálogos y crea una comedia sobre generaciones cargada de melancolía. Una lectura que se disfruta entre reflexiones sobre lo que somos y lo que quisimos ser. Un pequeño viaje iniciático urbano lleno de referentes cinematográficos y culturales para darnos cuenta que a pesar que sepamos que nunca seremos Peter Pan, tampoco está tan mal lo que nos ha tocado vivir.
hace 3 años