Cuando Moratín asistió en Londres a una representación de Shakespeare, ocurrió algo inesperado: se anunció la aparición de un arlequín al final de la obra e, impaciente por este espectáculo, el vulgo que abarrotaba las localidades baratas prorrumpió en irrefrenables gritos y burlas. Fue imposible escuchar ni un verso. Ésta es una de las muchas anotaciones de los cuadernos que componen El hombre que comía diez espárragos. Éste es un libro de crónicas de viajes y prosas inéditas selectas rebosantes de ironía, buen humor y perplejidad: un viaje por la Italia fragmentada de finales del Siglo XVIII, otro al estrambótico Londres de Jorge III, un retrato de la España que pudo ser y no fue… Moratín abrió con sus prosas una senda en nuestras letras que aún en nuestros días sigue inexplorada.