Una vez, en un empinado y solitario callejón de Granada donde suelen merodear varios gatos me encontré a Elvira Lindo. Iba acompañada de su marido Antonio Muñoz Molina y de un adolescente que debía ser su hijo. Tras dudar un poco, decidí saludar a Muñoz Molina cuando pasaba por su lado, diciéndole sucintamente que me gustaban sus libros. A Elvira Lindo en cambio no le dije nada. Siempre me he arrepentido de ello. Y aún más ahora, después de haber leído esta magnífica y emocionante novela autobiográfica (la primera de ella que leo), donde incide especialmente la figura de su padre, en lo que acaba siendo una declaración de amor y un verdadero homenaje a aquel desprotegido y heroico niño de la posguerra.
hace 1 mes