Desde pequeña me fascinan los vampiros, Drácula y, en consecuencia, Vlad Tepes. Descubrí los vampiros en una película de dibujos, creo que era japonesa, que ponían algunas mañanas de verano. Las repetían de vez en cuando: la de los vampiros, la del mago de Oz, la de Mujercitas... Por la estética diría que todas eran de la misma factoría. Aquella película de los vampiros me daba miedo, pero no podía dejar de mirarla. De ahí pasé a las aventuras de 'El pequeño vampiro' y, con poco más de doce años, 'Drácula', de Bram Stoker, una de las novelas que más veces debo haber leído. Seguí con las 'Crónicas vampíricas' de Anne Rice y luego salté ya a las novelas y libros sobre Vlad Tepes. Algunos pretendidamente históricos, pero todos con un único objetivo: entretener. Hace ya mucho que no leía nada sobre vampiros ni El Empalador, pero cuando encontré 'Vlad. La última confesión del conde Drácula', de C. C. Humphreys, en el montón de libros de segunda mano de mi librero favorito, la cogí. Sonreí recordando aquellas largas tardes y noches leyendo sobre el tema. Y la volví a dejar en el montón. Di una vuelta por el establecimiento y regresé al montón. Leí las primeras páginas. Negué con la cabeza y me fui a la caja. Cuando estaba pagando, sin embargo, corrí al rincón de los libros que buscan una segunda vida y me lo llevé. En recuerdo de aquella adolescente rubia, con cara de buena, que vestía de negro y que pasaba las tardes pegada a los libros. Esta novela es lo que es. Una novela histórica para pasar el rato, de las que se leen rápido y que tampoco van más allá. La gracia está en quiénes cuentan la historia del príncipe de Valaquia. Tres personas muy allegadas a Vlad Tepes: el hermano Vasilie, el que fuera su confesor; Ilona Ferenc, su amada y amante que acaba recluída en una abadía, e Ion Tremblanc, caballero y amigo que luchó con él durante años. Los tres, ya mayores y dada su vida por finalizada, encerrados cada uno en sus propias prisiones, regresan a un castillo de los Cárpatos para, sin salir de unos confesionarios, explicarle al conde Horvathy, sus vivencias con el temido soberano. Un escribano para cada uno de ellos. Tinta de diferentes colores para cada uno de sus testimonios. Y muchas horas por delante para responder a las preguntas del interrogador, que pretende "conocer la verdad" sobre 'El Dragón'. Entre los tres recorren la vida del fascinante personaje, desde que era un niño raptado por los enemigos turcos y criado, junto a sus hermanos Mircea y Radu, entre ellos. Una infancia dura, de príncipe rehén, en la que el único cariño procedía de su maestro, Agha Hamza, que le transmite su pasión por la cetrería, y en la que aguanta constantemente las humillaciones de Mehmet, el hijo del sultán, y los castigos de éste, que le envía al infierno de Tokat, una escuela de tortura. Un recorrido por una vida llena de escenas terroríficas que la novela, si bien no se recrea especialmente en ellas, no esconde. Reconozco que leí a medias, pasando por encima y sin respirar, la clase en la que enseñan a los alumnos la técnica por la que Vlad se hizo famoso. Lo mismo que el sangriento banquete de boda. Dantesco. El libro pretende mostrar otras facetas del príncipe valaco, su parte más íntima, presentarlo como un hombre enamorado y que persigue la justicia, aunque sus métodos te repugnen hasta la náusea.
hace 4 años