¿Para qué leemos? Desde luego no para aprender, "saber" más, cumplir con una obligación ni para elevar así los índices estadísticos. O al menos no debería ser así. Leemos, sobre todo y más que nada, para aportar un elemento de placer, alegría o felicidad a nuestras vidas, por encima de los discursos más utilitarios y políticamente correctos. Tendríamos que desconfiar de todos los que hacen de la lectura una religión laica, y del libro un objeto sagrado. Los lectores "no se fabrican en serie". La lectura es un enorme fracaso en la escuela y la universidad porque hemos hecho obligación del placer. La lectura es otra cosa: no adorar los libros por ser libros (papeles pintados), sino porque son provocadores de todos nuestros sentidos. El libro y la lectura adquieren sentido cuando suscitan reflexiones, dudas, inquietudes, subversiones, gozo y desdicha, euforia y melancolía en quien lo lee. Porque al leer, no leemos y adquirimos más conciencia de lo que somos; al leer, pensamos y sentimos lo que ya hacemos, de todos modos, sin libros.