El Concordato de 1851 va a poner fin a las veleidades liberales en materia religiosa: el acuerdo encomienda a la jerarquía católica la misión de «velar sobre la pureza de la doctrina de la fe, y de las costumbres, y sobre la educación religiosa de la juventud». Muchos son los que se van a alzar en contra del renacido monopolio católico, dando inicio a una larga disputa ideológica. Rosario de Acuña y Villanueva (1850-1923) se va a convertir en una de las figuras más relevantes del bando heterodoxo: su pluma, abandonando las juveniles pretensiones literarias, se pondrá al servicio de la difusión de los postulados librepensadores, regeneracionistas, feministas, filo-socialistas, masónicos, iberistas o republicanos, razón por la cual cosechó insultos, persecuciones, procesamientos y un largo exilio en tierras portuguesas