En los salones de la mejor sociedad británica Reginald brilla con luz propia: elegante y mordaz, frívolo e ingeniosísimo, nadie está a salvo de sus cáusticos comentarios y su afán por emitir opiniones acerca de cualquier cosa, ya sea una guerra colonial o la última moda en sombreros. Las divagatorias parrafadas del dandy –que evocan los epigramas wildeanos y están llenas de una irresistible comicidad- pueden versar sobre un paseo a caballo con una dama poco ducha en la equitación o una celebración navideña en casa de unos parientes cursis o la organización de una procesión bacanal con los jóvenes miembros de un coro religioso. Todo resulta un excelente pretexto para decir una frase brillante o poner en evidencia la rigidez adocenada de los buenos victorianos.