Con este trabajo, Bourdieu no sólo ha logrado superar el economicismo y el culturalismo habituales en los estudios sobre el lenguaje, sino que ha contribuido a definir la lengua en tanto que instrumento de acción y de poder a la vez que ha pretendido exorcizar aquellos actos de magia social basados en palabras nada inocentes en la medida en que producen el reconcimiento de las autoridades legítimas al favorecer el desconocimiento de la arbitrariedad en que se sustentan. Como él mismo escribe, los dominados no podrán constituirse como grupo para movilizarse y movilizar las energías que potencialmente poseen si no son capaces de poner en cuestión las categorías de percepción del orden social existente, ya que dichas categorías al ser producidas por y para dicho orden les imponen su reconocimiento y, en consecuencia, la sumisión.