Visible, como punta de iceberg, desde fecha relativamente reciente, la poesía de Eduardo Jordá se ha ido preparando, con lecturas y experiencias, con madurez acrecentada durante al menos tres décadas, hasta darnos este tesoro que se mide, en el tiempo de los hombres, por ni siquiera dos lustros. Digo tres décadas y veo que no he sido exacto: ya para tres mil años va que la literatura occidental va creando en tradición ininterrumpida para ofrecer a los grandes poetas su almacén de temas, su tesoro de motivos, su repertorio de fuentes de inspiración. Jordá ha recogido ese bagaje y lo ha hecho propio, añadiendo como es natural de su cosecha y haciendo, esto ya es más que evidente, una obra de entre las más sólidas que se van componiendo hoy en España.