Al barullo ensordecedor de cierta modernidad que no cesa de importunarnos con su interminable retahíla de proclamas emancipadoras, Miguel Morey contrapone el único antídoto efectivo: el silencio. Pero es un silencio peculiar…, el silencio que nos permite dialogar con nosotros mismos, escuchar aquello que anida en lo más profundo de nuestro ser —antes de cualquier normalización preparada por las fuerzas de la sociedad—, para así poder transitar a través del pensamiento que mueve los hilos de este extraño acontecimiento llamado existencia. Pequeñas doctrinas de la soledad es una puerta que nos comunica con la compañía más preciada a la que podemos aspirar: la soledad de los grandes escritores, soledad que se cristaliza en palabras, y éstas en literatura, el único espejo de nosotros mismos donde la imagen coincide con el objeto que la provoca. Beckett, Artaud, Burroughs, Michaux, Lowry, Bataille… son algunos de los rostros que nos acompañan a lo largo de este ejercicio silente que entraña conocernos y reconocernos en los otros.