Raymond Queneau comenzó su carrera literaria dentro del movimiento surrealista, a cuyo grupo perteneció durante cinco años y del que André Breton, el máximo maestro de ceremonias, lo expulsó finalmente a causa de desavenencias literarias pero también, posiblemente, personales. Este episodio parece haber determinado su animadversión hacia las vanguardias, y Odile, escrito algunos años después de sus comienzos literarios, parece ser uno de los testimonios más mordaces de este episodio. He aquí, pues, una obra que en buena medida y a pesar de que su autor lo negara, es un roman à clef, una parodia cáustica del surrealismo (algunos lectores maliciosos han querido ver a Breton en el magnético y autoritario personaje de Anglarés), transfigurado aquí en Círculo Comunista Democrático integrado por individuos de diverso pelaje, eso sí, todos adscritos a algún “ismo”, ya sea el vegetarianismo, el espiritismo, el esperantismo, el comunismo… Pero además Odile es un texto agridulce, divertido y descarnado a ratos, donde se narra la historia de un joven confundido, que apenas sospecha a qué quiere consagrar su vida, qué y quién merecen su interés o su amor. Para descubrirlo emprende un periplo que, como corresponde a todo aprendizaje que se precie, resulta en su mayor parte decepcionante. En este sentido, Odile es un logrado exponente de la consagrada tradición del bildungsroman, además de un inquietante artefacto literario fruto de la característica afición de Queneau al juego verbal.