La leyenda cuenta que «Nada es verdad, todo está permitido» fueron las últimas palabras que pronunció antes morir Hassan-i Sabbah, mítico líder de la antigua y oscura secta de Los Asesinos. William Burroughs, obsesionado con éste, aseguró que la frase era una contraseña mágica: «Se dice que un iniciado que desee conocer la respuesta a cualquier pregunta -afirmó en una de sus obras- sólo necesita repetir estas palabras cuando se duerme y la respuesta llegará en un sueño». A comienzos de los años noventa, el escritor seguía considerando a Sabbah como uno de sus mentores. Su escandalosa vida y la radicalidad de toda su obra lo habían convertido en un símbolo para rebeldes y anarquistas, llegando a ser uno de los precursores ideológicos del movimiento punk. Entonces, el mundo se rendía ante Nirvana, considerada la última gran banda de rock and roll y Kurt Cobain, su cantante, el profeta de una nueva generación.
Tras la muerte del cantante, ocultas entre cientos de páginas y cuadernos manuscritos, aparecieron cuatro hermosas fotografías en las que se le veía paseando en compañía de Burroughs. Cada una de las fotografías, hasta entonces desconocidas, contaban su propia historia. También encerraban un misterio. Habían sido tomadas en octubre de 1993, cuando Cobain cumplió su gran sueño: visitar a Burroughs, su mayor héroe y una de sus más importantes influencias.
En Nada es verdad, todo está permitido. El día que Kurt Cobain conoció a William Burroughs, desfilan viejos cantantes de blues como Son House, Robert Johnson o Skip James, junto a la permanente sombra del gran Leadbelly, el legendario ladrón Jack Black, la historia del forajido William Quantrill o la figura de los falsos predicadores. El libro es un recorrido por una parte importante del siglo veinte, centrándose en las conexiones entre dos de sus principales héroes (Burroughs y Cobain) e indagando en la relación entre música y subversión, arte y rebelión. En sus páginas, escritores outsiders, músicos y artistas oscuros, comparten un mismo fuego y bailan en torno a la figura de Burroughs, quien parece hablarles, como si fuesen ellos los destinatarios de la dedicatoria incluida en Ciudades de la noche roja: «A todos los escribas y artistas y practicantes de la magia a través de los cuales se han manifestado estos espectros... Nada es verdad. Todo está permitido».