Es un libro precioso y muy emotivo, de no haber sabido de qué iba ni me hubiera acercado, porque el nombre puede llevar a conclusiones erróneas, y más aún en la abundancia de libros de vampiros y demás parafernalia que nos rodea.
La autora no aclara demasiado la época en la que transcurren los hechos, pero considero que por la forma y el fondo, deben ser los años cincuenta, y muy probablemente en el sur, aunque puede ser casi cualquier lugar de la siempre denominada España profunda.
Se ve que era tiempo de escasez, donde los terratenientes no se mezclan con los trabajadores, donde una mala palabra dicha a un rico te puede llevar a la ruina, donde las habladurías podían hacer mucho daño y marcar tu vida y tu destino; donde los poderosos conseguían lo que querían comprando con su dinero las voluntades de un pueblo entero, donde el dinero, el miedo y el respeto eran la ley.
Se trata de un libro de buenos y malos fundamentalmente, aunque también hay algún pusilánime que por miedo, hace que la historia transcurra como lo hace.
El protagonista principal, que es el que tiene en sus manos las vidas y los destinos del resto de personajes es el cacique local, Diego del Valle. Un hombre orgulloso, altanero, acostumbrado a tenerlo todo y lo mejor, que da mucha más importancia a su orgullo y su apellido, que a cualquier cosa. Trata a los demás con dureza y despotismo y se cree en posesión de la verdad y la justicia, pero a la vez es una persona triste y rencorosa que nada en una inmensa tristeza, al no conocer ni reconocer el amor, ni de su padre, ni de su madre, y posteriormente de su esposa, Adela.
Adela la mujer más guapa de las que estaban en el pueblo y que se enamora locamente de Diego, casándose con él. Su marido la repudia al verla abrazada a su vecino, y desde ese momento muere para él, tanto ella como el bebé que llevaba en su vientre. No la hecha de la casa por el qué dirán, y acepta el retoño por no reconocer unos posibles cuernos. Muere al dar a luz a la protagonista, y lo único que puede darle es su nombre: Lucía, aunque su padre desde el primer al último aliento la llamará Maldita.
Carmen, la madre de Adela se hará cargo de su nieta y vivirá por y para ella, desterradas las dos por orden de Diego a un cuartucho de la hacienda en la que nunca podrán poner los pies, separados por la despensa.
Ella será una auténtica abuela coraje que criará a la niña y la enseñará y al ser con la única que habla le dará sus nociones del mundo y ejercerá de memoria viva de la madre que Lucía perdió.
Al morir repentinamente, cuando Lucía tiene solo tres años y medio, ésta queda totalmente sola y con un pánico cerval a salir a la calle. Su padre se desentiende de ella totalmente, y deja que entre otros la vayan cuidando.
Luisa y Juan son los vecinos, que se encargarán de llevarle comida caliente, y atender sus necesidades. Pero Lucía ya no tendrá eso de lo que todo ser humano se alimenta, más que de la propia comida, amor, cariño y contacto.
Se puede ver como Lucía tiene unas habilidades extraordinarias para una niña de su edad, y puede apañárselas sola, en su pequeño universo, que ella va creando poco a poco.
Los vecinos tienen a su hijo, Juan, un niño problemático, tirano, frío manipulador, al que todos compadecen por una deformación que sufrió como causa de un accidente, pero da igual, porque él se considera superior a los demás, de quien únicamente tiene celos es de su primo huérfano Ángel, que comenzó a vivir con ellos cuando murieron sus padres.
Juan comenzará a hacer de dios con la pequeña Lucía, enseñándola a leer y demás, como si de un experimento se tratase, una competición para saber qué puede conseguir de ella y hasta donde puede llegar con su inteligencia, no importándole presionarla con castigos, solo buscando resultados.
Pero la pequeña Lucía encontrará el cariño, el amor, la comprensión en Ángel, que al contrario que su primo, se encargará de darle a su alma todo aquello de lo que adolece su primo.
Así uno por las mañanas, y el otro por las tardes, a escondidas el uno del otro y de Diego irán modelando el carácter de una niña totalmente pura e inocente, que no tiene referencias más que las que le legó su abuela y las que coge de los libros, debido a su voluntario encierro.
Herminia, por azar y necesidad se convierte en el ama de llaves de la hacienda, una mujer muy trabajadora, pobre y con cinco hijos que criar, se muestra sencilla, sincera, amable y sobre todo bondadosa con la pequeña Lucía.
Entre todos y ninguno, en compañía y en soledad profunda, la pequeña Lucía se nos va revelando cada vez más tierna, más perspicaz y autodidacta, ajena por completo a los dramas, rencores, venganzas y revelaciones que se van sucediendo en la Hacienda, de los que ella en mayor o menor medida es la protagonista.
Los hechos se suceden de forma vertiginosa, y van saliendo a la luz, secretos y mentiras, todos ellos bajo el hechizo de unos ojos de color violeta.
Todos los personajes van ligándose y desligándose de una forma dura, cruel y prodigiosa, entre las hábiles manos de la autora.
El fin del libro, años después, con todos los personajes puestos en su sitio por el tiempo y el destino, te hace reconciliarte con el ser humano, con la parte buena que todos buscamos encontrar.
Qué decir, que el libro me ha gustado mucho, no, bastante. Me ha enganchado y cautivado por su dulzura, por la trama, por los personajes, por los sentimientos.
Es ameno, ágil y entretenido, los personajes son cercanos porque consigues conocerlos al dedillo por la descripción interna que de ellos hace la autora y resultan bastante creíbles, los diálogos nada rebuscados.
Sólo tiene un pero y un casi. El pero…resulta todo tan creíble, que lo de que la protagonista sea tan, tan pequeña en el inicio de la novela, no encaja para todo lo que hace, claro que si la hace mayor, perdería naturalidad e inocencia.
Y el casi…el final…un poco precipitado y un poco lo que quieres que pase…
hace 10 años
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