Muchos son los elementos que hacen de Los reconocimientos una obra capital de la literatura estadounidense del siglo XX. Todo resulta abrumador en esta novela descomunal —descomunal en todos los sentidos que puedan imaginarse—: tanto el alcance de la ambición que demostraba Gaddis en la que era su ópera prima, como, sobre todo, el hecho de poseer el talento necesario para consumarla. Las obsesiones propias del universo narrativo del autor ya aparecen aquí en todo su furibundo esplendor: la crisis del arte como dominio privilegiado para representar la vida, la tensión entre lo auténtico y lo reproducible, y el imperio omnímodo de los farsantes y lo mercantil. Wyatt Gwyon, protagonista de la novela, es un pintor que aún cree en el sentido del arte en un siglo en el que éste parece estar siendo desplazado, eclipsado, vaciado; pero paradójicamente Gwyon es incapaz de crear nada nuevo u original. Su habilidad reside en copiar minuciosamente a los maestros flamencos, y a ese gesto interminable y reiterado, el de construir una realidad desde el préstamo, entrega su existencia: la suya es la tragedia de quien no encuentra más salida que la restauración de un clasicismo que ya no cree posible.