El amor romántico lo inunda todo. Está en las películas, los libros, las canciones y los programas de televisión. Y además aparece siempre en singular: EL AMOR. Lo inunda todo y no deja espacio para nada más. Como si fuera el único y el más importante, el que hay que conseguir para convertirte en una persona entera, para sentirte completo y ser, como si no hubiera más, como si los plurales no fueran posibles. Es así el preferente, la cúspide, la meta, el de verdad. Pero ¿qué pasa si hablamos de los amores? De todos esos secundarios, figurantes, dobles de luces y sucedáneos del amor-amor. Pues que entonces el relato cambia.