A mitad del siglo XVIII, el romanticismo infundió a la época el sabor agridulce que varias obras literarias nos habían de transmitir. Schiller, empapado de este sabor, escogió a la Doncella de Orleans Juana de Arco, y escribió una tragedia con inspiración de eternidad. Los personajes fundamentales desfilan ante el lector -o espectador- arrastrados por el ambiente trágico que les induce a cometer actos que ninguna consideración detendrá. La obra mereció los elogios del genio alemán de su tiempo: Goethe.