John Ruskin fue durante sesenta años una de las grandes figuras del pensamiento europeo. En esta obra elige la catedral de Amiens para exponer su nostalgia por el pasado y su postura estética, moral y religiosa totalmente contraria a la sociedad industrial en que vivía. El libro incluye un interesante prefacio de Marcel Proust que, como todas las páginas proustianas, cobra enseguida vida propia más allá del tema que lo había motivado, convirtiéndose en una de sus más interesante reflexiones estéticas.