“La apariencia de las cosas” de Elizabeth Brundage, se puede comparar con una excavación arqueológica en la que la primera piedra que encontramos no permite presagiar los secretos que oculta la tierra. Esta historia empieza con un crimen: un marido regresa a casa y se encuentra a su esposa brutalmente asesinada mientras su hija de tres años juega en la habitación contigua. A pesar de que la policía no tiene pruebas que le incriminen, es el principal sospechoso. Desde ese instante, la autora nos invita a un viaje en el tiempo; estamos en la misma casa pero algunos años antes. Allí vive un matrimonio con sus tres hijos. Lo que ocurrió allí marcaría para siempre esta casa a la que, algún tiempo después, llega el matrimonio Clare junto a su pequeña hija. Cuesta un poco adentrarse en esta historia; quizá porque los primeros capítulos te llevan a esperar una novela policiaca con algún toque sobrenatural. Pero nada más lejos de la realidad: poco a poco te vas sumergiendo en un drama terrible en el que se prevé que el final va más allá de lo que nos cuentan al comienzo. Es una novela dura en la que se cuestiona de una forma descarnada el rol de la mujer en la sociedad. La gran mayoría de las protagonistas de esta historia está sometida al yugo del matrimonio. Se visten y actúan según sus padres y maridos esperan, sin atender a sus propios. Infelices y entre lágrimas, soportan lo insoportable por sus hijos, sin ser conscientes de que esa tristeza que afecta a sus vidas, acaba por marcarles a ellos también. La autora también hace un exhaustivo análisis del sociópata; aquel que, carente de toda ética, al mismo tiempo que muestra al mundo una visión dulcificada de sí mismo, comete los actos más atroces para conseguir sus metas. Una novela desgarradora que, a pesar de que golpea al lector, muestra la esperanza: siempre hay alguien que ayuda cuando flaquean nuestras fuerzas. Un abrazo o una palabra de aliento bastan, en ocasiones, para sacarnos del pozo de tristeza en el que nos hallamos sumergidos. Una lectura de las que dejan una huella imborrable. (Ana García, 19 de noviembre de 2018).
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