En 1932, entre la primera y segunda guerra mundiales, Aldoux Huxley publicó su famosa distopía Un mundo feliz. Esta obra, como refleja con amarga ironía su título, trata del concepto emergente de la felicidad y su medicalización. Y en 1947, tras la segunda guerra mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como el completo bienestar físico, mental y social . Hacia un mundo feliz trata de reflejar que, efectivamente, nos dirigimos hacia el mundo feliz de Huxley. Un mundo en el que la felicidad y la salud –la felisalud- se han convertido en un imperativo cultural de las posmodernas sociedades consumistas, y tienen que ser buscadas y consumidas. La felisalud se ha convertido en un objeto de consumo. Vivimos en un mundo en el que se glorifica la felicidad, en el que las personas prefieren ser enfermos que infelices. En el que un porcentaje muy elevado de la población está soma-medicada con antidepresivos o incluso antipsicóticos porque no quiere sufrir. Un mundo en el que los psiquiatras curan el desamor y el sufrimiento a base de pastillas. ¿Acaso nos hemos vuelto todos locos? A través de este ensayo, el autor denuncia la instrumentalización de la medicina y, particularmente, de la psiquiatría, en aras de la medicalización de problemas de la vida cotidiana que generan sufrimiento como es el desamor o la pérdida de trabajo, así como las características de las posmodernas sociedades capitalistas que lo explican. Así, vivimos en sociedades líquidas e inmediatas, caracterizadas por la influencia que ejerce el capitalismo sobre los procesos de creación de identidad, las prácticas sociales, y la cultura. Sociedades en la que todo el mundo es mercantilizable , y la identidad se construye a través de lo material, de manera que, como reza el refrán, tanto tienes, tanto vales . Tengo, luego existo.