La Navidad acudía puntualmente a su cita y, siguiendo la tradición, el numeroso clan de los Malory se aprestaba a celebrar las fiestas en la antigua mansión de Haverston; un magnífico palacete rural en el que habían crecido muchos de ellos y que constituía, sin duda, una verdadera fontana de recuerdos, historias y secretos de las distintas generaciones de la aristocrática familia. En realidad, las reuniones navideñas, año tras año, resultaban cada vez más hermosas y conmovedoras. La llegada de los Malory, desde los más diversos lugares de Inglaterra, traía consigo a nuevos integrantes, esposos e hijos, que hacía revivir el soberbio caserón y la extensa propiedad circundante. Una maravillosa sensación que, esta vez, sin embargo, podía resplandecer y superar cualesquiera celebraciones de épocas anteriores. Y todo, debido a la presencia de un enigmático regalo, delicadamente envuelto en una tela dorada y un lazo de terciopelo rojo, pero de remite desconocido. En su interior, las páginas de un viejo diario aguardaban, pacientemente, desde hacía decenios, para revelar a los Malory la desconocida e indómita pasión entre el primer marqués de Haverston y una bella gitana. Toda una lección de romanticismo que les llevaría a comprender el origen de su estirpe y la importancia de no ceder jamás ante lo que pudiera interponerse con el amor de sus vidas.