La casi total ausencia de anécdota; la superposición de imágenes y planos que van cercando el meollo para que éste, por ausencia, brote; el alterne de tonos coloquiales y cultos; la invención de palabras y verbos para crear o plasmar nuevas emociones, como el amorar (de «amor») del título, y el uso de conceptos propios de los místicos españoles, son algunos de los rasgos que caracterizan su poesía. Y así, con un portentoso dominio del lenguaje, al que lleva a límites que pueden antojarse imposibles, Gelman aborda el amor, la (perra) injusticia, el dolor y el mal, para dar una visión rota de la naturaleza humana. Pese a todo, a veces la tensión se resuelve en la serenidad, quizá gracias a la perseverancia del corazón y a «la hermosura que vaga agarrada a todas las cosas».