Ese corpulento hombre, grueso incluso, se parece poco al enclenque muchacho de veintitrés años, de pelo rubio ceniza y pómulos marcados, que abrió telediarios allá por los 90. Se esconde bajo una capucha negra que le impide caminar tres pasos seguidos sin tener que pararse y volver a retomar la marcha. Se parece poco; pero es el mismo, sin duda.La última imagen que todos tenemos de Miguel Ricart Tárrega nos retrotrae al juicio por el secuestro, tortura, violación y asesinato de Miriam, Toñi y Desirée, las tres niñas de Alcàsser. Entonces, sus camisas amplias, livianas, de dudoso estilo aunque a la moda de aquella época; el pelo cortado a cepillo y, sobre todo, esa mirada y esa carita de no haber roto nunca un plato ya habían recorrido periódicos, noticiarios y platós de programas de debates durante años. Y se quedaron grabadas a fuego lento en la retina de un país que lloraba de rabia e impotencia cada vez que se paraba a imaginar lo que tuvieron que sufrir esas tres muchachas que tenían entre catorce y quince años.