La inconfundible voz de Adam Zagajewski aparece de nuevo en estos poemas en los que la cotidianeidad se convierte en una iluminación constante. La celebración del mundo se combina de modo magistral con la nostalgia y con el sentimiento de pérdida en todos sus matices. Pero no es la suya una poesía del desconsuelo, pues siempre deja un resquicio para la salvación, que se puede hallar en los fugaces instantes de belleza.