“El hombre no es una creación de Dios, sino un mono evolucionado”. Charles Darwin pasó la mitad de su vida en aislamiento, semi-inválido, desvelado por dudas de toda especie, temeroso de las controversias que pudieran desatar sus teorías. Pero con esa afirmación cambió el curso de la biología, el contexto de sus predecesores científicos, y abrió la puerta a los modernos descubrimientos en el campo de la genética. El origen de las especies socavó la creencia en la Creación de Dios, pero se convirtió en la piedra angular del pensamiento biológico, tanto para sus oponentes como para sus sucesores.