Con la muerte de Lincoln asesinado ante casi 2000 testigos en el Teatro Ford, los Estados Unidos de Norteamérica, recién salidos de una durísima guerra civil, perdieron no solo a un líder carismático, sino la ingenuidad con los enemigos a los que habían batido en el campo de batalla.
Aquella muerte fue fruto de un odio ancestral entre las dos Américas: el Sur y el Norte, un odio que aún tiene sus rescoldos en pleno siglo XXI y que han mantenido vivo los racistas americanos incluido el Ku Kux Klan. Pero ¿únicamente fueron el rencor y la frustración lo que mató a Lincoln?
Es sabido por todos que el gatillo lo apretó Booth y solo él, lo preparó, huyó y peleó hasta su propia muerte defendiéndose, pero en aquellos tiempos oscuros ¿cuántos familiares de Lincoln hicieron negocios vendiendo armas al Sur? ¿Por qué el guardaespaldas no estaba en su sitio? ¿Qué papel jugó la personalidad depresiva y melancólica del Presidente? ¿Cómo pudo escapar su asesino de un teatro lleno de militares? ¿Era mortal de necesidad su herida? ¿Llegó a hablar en esas horas?
Todas ellas son preguntas que o bien nadie sabe, o nadie quiere contestar. Hoy más que nunca, hablar de Lincoln en su tránsito hacia un lugar en la historia se hace urgente, porque en un mundo como el actual donde la mediocridad es la norma, elevarse a las alturas de este Presidente es todo un honor.