«Algunas personas, incluso muy letradas, desconociendo su rigurosa, aunque velada, composición, creyeron que De côté de chez Swann era una especie de recopilación de recuerdos que se encadenaban según las leyes fortuitas de la asociación de ideas. Como apoyo de esta contraverdad citaron las páginas en que las migas de una magdalena me recuerdan (o al menos le recuerdan al narrador que dice yo y que no siempre soy yo) todo un tiempo de mi vida, olvidado en la primera parte de aquella obra. Ahora bien, por no atenerme sino al punto de vista de la composición, para pasar de un plano a otro yo no había utilizado simplemente un hecho, sino lo más puro que había encontrado, lo más precioso como conexión: un fenómeno de memoria. [...] Ábrase Les filles de feu de Gérard de Nerval [...] la primera parte de Sylvie transcurre ante un escenario y describe el amor de Gérard de Nerval hacia una actriz. Repentinamente sus ojos caen en un anuncio: Mañana los arqueros de Loisy, etc. Estas palabras evocan un recuerdo, o más bien dos amores de infancia: de inmediato el lugar del relato se ve desplazado. Este fenómeno de memoria le sirvió a Nerval de transición, a este gran genio de quien casi todas sus obras podrían llevar el título que de principio yo le había dado a una de las mías: Las intermitencias del corazón.» Marcel Proust Sylvie es la obra más acabada de la prosa narrativa de Gérard de Nerval. Fue escrita en el periodo que se considera más fecundo del autor: precisamente el mismo año (1851 -publicada en agosto de 1853-) en que redacta Les Chimères. Y, en efecto, aunque éste sólo fuera uno de los muchos planos significativos que contiene, parece que los tres personajes femeninos (Sylvie, Adrienne y Aurélie) formen en el ensueño del narrador la imagen de una triple naturaleza quimérica fundida en un solo objeto de búsqueda amorosa. Que Sylvie es una obra maestra lo demuestran el rigor de su composición, su perfección formal y sobre todo la espléndida sabiduría narrativa con que se superponen los tiempos de un relato en donde un "fenómeno de memoria" -como lo denomina Proust (sin duda, alguien que sabía de ello)- dirige al narrador a través de una melancólica busca del tiempo perdido hacia el más incierto objeto de amor: aquel que sólo existe en la "mañana de la vida", con el que se recrea la escritura, pero no para recuperarlo, sino para dar constancia de la absoluta lejanía que lo aproxima a la muerte. Cercada por un creciente anecdotario, que en forma de notas a un texto que las rechaza aspira a convertirse en claves de lectura, se es muy injusto con Sylvie al relacionarla, como se suele hacer, con la desgraciada pasión que Gérard de Nerval sintió por la actriz Jenny Colon. En cambio, para explicar la enorme riqueza de su lenguaje, la profundidad de su pensamiento y la intensidad de la pasión que contiene su escritura deben contar mucho más la oculta amenaza que sentía a su alrededor ("el espectro funesto que atravesaba mi vida"), la extraña locura ligada a la melancolía que sufrió y la conciencia atormentada de que, como acerca de él decía Foucault, "sólo se vive y se muere de escribir". De este modo, no un fracaso amoroso, sino la locura y la muerte cercaron la escritura de quien sin duda fue el menos afectado de los poetas románticos. Se encuentran en Sylvie la entrega incondicional al amor platónico, la persecución sin desfallecer del ideal femenino y la incurable melancolía que se demora en la ensoñación del amor entrevisto en la temprana juventud. Todo ello parece una serie de remedios para conjurar la aparición fantasmal del mencionado espectro. Son, sin embargo, a la postre y como lo narra el relato mismo, la exploración de un callejón sin salida. Al cual algunos han llamado locura. No obstante, el misterio de la locura de Nerval traspasa la literatura. Con razón, Proust dijo de la de Nerval: "desde el punto de vista de la crítica literaria no se puede llamar propiamente locura un estado que deja subsistir la percepción justa de la más importantes relaciones entre las imágenes y entre las ideas. [...] Su locura es prolongación de su obra". La ley de la obra es desembocar en la locura del mismo modo que ésta debe ser el punto de partida de la siguiente. Por eso, de la atormentada búsqueda que Gérard de Nerval realiza a través de Sylvie queda acaso sólo una frase: "Es una imagen lo que persigo, nada más". Todo hace creer que finalmente fue esa imagen quien lo capturó a él, para conducirlo de clínica en clínica y, por último, a la rue Lanterne.