En aquellos barrancos hoy vacíos y quietos, si aguzamos el oído de nuestra imaginación, escucharemos voces del pasado. A mí me ha ocurrido, y siempre lo he atribuido a ese duende que, agazapado entre malezas y ruinas, ejerce su hado sobre los que nos adentramos por aquella accidentada y enigmática geografía. Es el pulso de la historia el que late por doquier, el que nos penetra y nos empuja una y otra vez a visitarla y vivirla. Desde la primera vez, cuando aún era un jovenzuelo lleno de inquietud y curiosidad, la sierra me cautivó, me intrigó, y sus ruinosos castilletes, sus erguidas y fantasmales chimeneas, sus abismales pozos comenzaron a ilustrar un relato que pertenecía al acervo cultural de Cuevas y se venía trasmitiendo, en forma de epopeya oral, de generación en generación. Cuántas veces había oído repetir en el seno familiar aquel latiguillo con el que se iniciaban algunas narraciones de la historia popular...