De la mano de su protagonista Manuel Cid, conoceremos cómo se desarrollaba la vida en Granada a mediados del siglo XIX.
Manuel, que ha vivido en Madrid desde pequeño, vuelve a Granada tras la muerte de su padre, hacía el cual sentía una gran desafección. No mucho mejor es la relación con su madre a la que denomina despectivamente y durante toda la narración como “Benajara“.
El reencuentro con su tierra le convierte en un defensor a ultranza del patrimonio histórico-artístico de la ciudad, tanto que llega a formar parte de la Comisión de Monumentos. Es en este puesto donde asiste con impotencia a la destrucción de dicho patrimonio en pro de la modernidad. Asimismo, contempla con desesperación como se niega el pasado romano de la ciudad andaluza, conocida con el nombre de Iliberri.
Para dar a conocer dichos orígenes romanos, nuestro protagonista, Manuel Cid, escribe unos folletines que son publicados en la prensa y que le hacen granjearse el desdén y la antipatía de los ciudadanos (una generación analfabeta e inculta, que reniega de su glorioso pasado en pro de una mal entendida religión), al considerar estos, que Granada no puede haber tenido un pasado no cristiano.
Por la novela se asoman nombres de personajes tan ilustres como Washington Irving, Dumas, Gautier, y un joven Pérez Galdós entre otros.
Una novela que nos hace conocer las vicisitudes de una saga familiar donde nuestro protagonista entremezcla su pasión por los valores monumentales de Granada con sus sentimientos personales, tales como el amor, la indiferencia, el odio y la pasión.
La novela, la segunda de una serie de tres, se puede leer independientemente sin que ello afecte al buen entendimiento de la narración.
Novela amena y bien documentada que mezcla historia y ficción. Recomendable. (L.O.C.)