"Los Mandarines" es la novela documental más importante que se ha escrito sobre la posguerra en Francia. Nadie como la autora conoce el ambiente de esos "mandarines", dioses y señores de los destinos literarios de Francia y por ende del mundo entero. En París, en los corrilos de escritores, se dijo no sin razón que esta era una novela con clave y ninguno de sus personajes se salvó de verse bautizado con lo que se suponía ser su verdadero nombre en la vida real. Se dijo que Dubreuihl era Sartre, Henry Perron eran Camus y, naturalmente, que Ana era la mis Simone de Beauvoir. Indudablemente hay algunas semejanzas que se imponen (como el diario L´Espoir, que no sería otro que Le Combat) pero hay también una gran parte de ficción. Cualquiera sea el porcentaje atribuido a la ficción, lo que hace el valor de este libro es la realidad de los tipos humanos, de las situaciones, de los caracteres, de una manera de vivir a la vez desprejuiciada y leal, basada sobre una escala de valores demasiado nueva para no escandalizar, pero no exenta de moral y cargada de deberes. Los personajes de este libro cometen tantos errores como cualquiera pero saben asumirlos sin tranquilizar falsamente sus conciencias. Esa responsabilidad, asumida asumida ante uno mismo y ante los demás, es lo que hace que esta obra, pese a la crudeza de algunos pasajes y de algunas descripciones, y hasta a cierta aparente amoralidad, encierre la base más sólida de la moral, la única que puede impedir que el hombre se deslice cuesta abajo y que podría ser el lema de esta novela-ensayo: "soy responsable de todos mis actos y nada puede evitar que tenga que rendir cuentas ante mí mismo".