Octava entrega de los diarios de Andrés Trapiello, correspondiente al año 1994, de la serie conocida como Salón de los pasos perdidos. Textos que reivindican la literatura en primera persona, sobre el yo y sus circunstancias. A la manera de Montaigne, con contundencia y sin ambages: pequeñas verdades duraderas gracias a la palabra. Entre las ingenuas ilustraciones de aquel viejo libro de Física estaba aquella de cuatro briosos caballos que trataban de separar dos bóvedas en las que se había hecho previamente el vacío. Si hubieran inyectado un poco de aire en tales hemisferios, el muchacho más flojo habría podido abrirlos. En el mismo manual se aseguraba que cualquiera de nosotros, con un punto de apoyo conveniente y una palanca idónea, podría mover el mundo con un dedo. Eran prodigiosos que nos hechizaban. Como aquella otra historia en la que un niño porfiaba sin alarde que podría meter todo el mar con una concha en un pequeño hoyo de la playa.