En las viejas casas había diempre un Salón Chino, un Salón Pompeyano, un Salón de Baile, otro de Retratos, cada uno empapelado o pintado de un color, con unos muebles apropiados y decoración idónea... En estos palacios españoles, un tanto vetustos y destartalados, había también un salón que llamaban de Pasos Perdidos. La casa que no lo tenía no era una buena casa. Era el salón donde nadie se detenía, pero por donde se pasaba siempre que se quería ir a alguno de los otros. Al autor le gustaría que estos libros llevaran el título general de Salón de los pasos perdidos. Libros en los que sería absurdo quedarse, pero sin los cuales no podríamos llegar a esos otros lugares donde nos espera el espejismo de que hemos encontrado algo. A ese espejismo lo llamamos novela, y a ese algo lo llamamos vida.
Tuvo Enmanuel Kant, no tan escéptico como Berckeley, la delicadeza de expresarlo de este modo: si la realidad existe, únicamente podemos conocerla a través de los sentidos. Y sin embargo, no le bastan al hombre sus sentidos para conocer aquello, que siendo realidad, va más allá de lo visible. Y lo no visible, nos dice el pensador de Königsberg, maestro de nuestro Abel Martín y de su discípulo Juan de Mairena, no podemos conocerlo, pero sí pensarlo. Va incluso Kant un poco más lejos, y nos anima: "atrévete a saber", y a eso, que en cierto modo es lo que importa, lo llama la cosa en sí.De pequeños gestos, modestas historias, costumbres y creencias tanto como de acontecimientos extraordinarios y descomunales está formada la vida del hombre; todos son fenómenos que modulan nuestro pensar y nuestro sentir y, de una manera fatal, parecen llevarnos de vuelta a lomos de este bucle imposible a lo que jamás llegamos a comprender del todo: los pequeños gestos, las modestas historias, las costumbres, las creencias y los acontecimientos extraordinarios y descomunales que configuran nuestra vida. Unos y otros exceden a menudo nuestra comprensión, pero podemos pensarlos, viviendo lo cotidiano como excepcional y lo excepcional como cotidiano.Se han escrito estas páginas con la inmediatez de un arrebato sentimental que, por sentimental, no es ni justo ni injusto, ni acertado ni equivocado. Hablan del tiempo. Y al hacerlo se diría que crean otro nuevo, acaso más ordenado y justo, más hermoso y duradero. Así, quizá pueda entenderse: una realidad dentro de la realidad, parte inseparable de ella, como en esa estampa en la que se ve a un avión que, para perplejidad y maravilla del niño, le muestra el mundo como una sucesión de abismos de los que él forma parte. En uno de ellos viene desarrollándose esta novela en marcha, y si aún estamos lejos del conocimiento al que aspiraban los magos de la sabiduría, que pensaron la cosa en sí desde muy firmes y nobles pedestales, podemos intentarlo en este pequeño mundo nuestro que va dando tumbos en el vacío dentro de otro pequeño mundo, que a su vez... nos lleva al infinito, a la infinitud de un paraíso tan inalcanzable como real.