Regresar a Verne es retornar a esa edad en la que uno no ha dejado de ser niño ni tampoco ha alcanzado la madurez, a una edad de cambios que afectan hasta a las lecturas, y en el caso de las Indias Negras, es volver a la mina. No es una de las novelas más conocidas del escritor francés, pero para los que crecimos en una cuenca minera, para los que la añoramos, es un libro de cabecera. Imaginar que en las profunidades de la lejana Escocia existía toda una colonia minera, la Ciudad-Carbón, amenazada por un demente, y que algunos de sus miembros no habían visto la luz del sol, me hicieron mirar la tierra que pisaba de un modo muy distinto. Pese a tener las manos y los rostros manchados de hollín y carbonilla, las almas de los personajes de Verne son completamente puras: la familia Ford; el ingeniero Starr; Nell, la chica que surgió de las profunidades; y Ryan, el escocés más genuino, todos harán lo posible porque el viejo Silfax no acabe con la Nueva Alberfoyle y con el sueño minero. El sueño minero...¿cuántos anhelamos que las lámparas mineras vuelvan a brillar y que nuestros pueblos resurjan de entre los escombros? Quince o dieciséis años después, y aunque el tiempo no respeta ni a Julio Verne, Las Indias Negras me hacen soñar y preguntarme qué nos encontraríamos en las entrañas de la tierra, ¿quizá al viejo Silfax planeando su venganza contra la Humanidad?
hace 7 años