El mismo año de la boda de la reina Isabel II, es decir, el 1846, Ramón Nenclares se convierte de pronto en un enigma. Escritor de novelas históricas, es, como buen romántico, un enamorado del pasado, sobre todo de la Edad Media. Seducido por un misterio de siglos, pretende descubrir -gracias a las pistas aportadas por unos viejos documentos procedentes del archivo de la Torre do Tombo, destruida por un terremoto en 1755- el sepulcro perdido de la reina Juana de Castilla, a la que Ramón Nenclares ha convertido en protagonista de su última novela. Sus pasos le conducirán hasta un monasterio franciscano próximo a Lisboa. Si atendiéramos hoy a sus fantásticos descubrimientos y a los datos de un antiguo libro de viajes del siglo XVIII, esa obsesión arqueológica y sentimental de Ramón podría convertirse ahora en una misión científica que, tras la exhumación del cadáver de la reina Juana, llevara a cabo un análisis genético comparativo de su ADN con el de su presunto padre, el rey Enrique IV de Castilla, hermanastro de Isabel la Católica. Quedaría así desvelado uno de los misterios más apasionantes de la Historia de España. Por otra parte, el pintor de cámara de Isabel II ha pintado un cuadro en el que se distingue, medio oculto entre otros personajes del Romanticismo, un rostro difuso y apenas reconocible. ¿Será ese rostro enigmático el del protagonista de esta novela? Alguien asegura que sí. La compleja correspondencia entre la realidad y la ficción, la recuperación de la memoria histórica y las constantes dificultades de las relaciones amorosas son otros de los fundamentos de esta original novela, cuya trama de tipo detectivesco y un estilo ameno y cuidado llevarán al lector -"¿no será mejor decir leyente?" - a una cita consigo mismo y con la Historia.