Escrita como un flujo de consciencia que recuerda la mejor tradición de la literatura moderna –Virgina Woolf, Nathalie Sarraute– cruzada con una violencia desatada poco presente en la narrativa argentina, es el relato de una pulsión sexual inagotable, de la desolación de una infancia sin respuesta, de la biografía de un cuerpo donde todo está sepultado. Narrada a través de tremendas escenas breves (madre e hija en clubes, con hombres, con whisky; pero también jugando juntas, divirtiéndose) la novela nunca se vuelve sórdida, sino al contrario: roza la poesía, y formula una poderosa interrogación sobre la condición humana, sobre el deseo, sobre los imposibles mandatos familiares.