Cuando en 1880 Théophile Gautier inició el Grand Tour por Italia -ese viaje de aprendizaje que no faltaba en la agenda de todo intelectual, estudioso y curioso que se preciara de tal-, la unificación italiana solo estaba en proceso, Garibaldi vivía exiliado en Nueva York, y parte de Italia estaba en manos austriacas. En su periplo italiano, Gautier pasó varios días en Milán, Verona, Padua, Ferrara, Bolonia y Florencia, pero invirtió meses solo en Venecia.
A su regreso, editó sus primeras impresiones en un libro que se tituló originalmente Italia, pero en su redacción la estancia en Venecia que se había prolongado más tiempo del previsto, ocupó la mayoría de sus páginas, de ahí que se conociese popularmente como La Venecia de Gautier. Desde su publicación Venecia fue un volumen obligatorio en la maleta de los viajeros del siglo XIX y principios del XX: las páginas de Gautier se utilizaron como una verdadera guía de Venecia, aunque el propio autor avisaba de que no se trataba de una guía exhaustiva, sino de una selección de impresiones de viaje.
Para Gautier, Venecia es una de esas ciudades que cada hombre, poeta o no, escoge como patrias ideales. De calle en calle, a fuerza de cruzar sus puentes o de bogar durante semanas góndola por sus canales, Gautier logró conocer la ciudad real, ajena a la "Venecia coqueta de las acuarelas". Desempeño a conciencia su oficio de viajero y huyendo de consideraciones generales de estilo pomposo, describió en esta obra aquellos detalles de Venecia que ordinariamente se desdeñaban. Aun con todo, para el poeta, sigue siendo una ciudad que parece diseñada por un decorador de teatro y cuyas costumbres ha dispuesto un dramaturgo.