El Leandro y el Matamoros empujaban la rueda, y el rey picaba los bueyes con su puñal trágico. Las mujeres, envueltas en sus abrigos, se desesperaban y lanzaban pequeños gritos. Con el inesperado refuerzo, y sobre todo con la experiencia de Pierre, consiguieron pronto franquear el mal paso con el pesado carro, que, dirigido hacia un terreno más firme, alcanzó el castillo...