Cuando hablamos de decrecimiento no nos referimos al crecimiento negativo. Tendríamos que hablar de "a-crecimiento", como se habla de ateísmo. Se trata precisamente del abandono de una fe o una religión, la de la economía, el progreso y el desarrollo. Si admitimos que la persecución indefinida del crecimiento es incompatible con un planeta finito, las consecuencias de esta constatación (producir menos y consumir menos) están todavía lejos de ser aceptadas. Pero, si no cambiamos de trayectoria, la catástrofe ecológica y humana es ineludible. Aún estamos a tiempo de imaginar, serenamente, un sistema basado en otra lógica: una "sociedad de decrecimiento".