Leí “ORDESA” del escritor español MANUEL VILAS, expectante por las buenísimas críticas que había leído sobre el libro, pero me llevé una decepción. En ningún momento empaticé con el protagonista, ni me sentí identificada con la mayoría de sus comentarios ni con su pesimista visión de la vida ni de la muerte.
El protagonista de la obra, un hombre de 52 años, se supone que es el propio autor, quien se abre en canal en esta novela autobiográfica, que en mi opinión peca de victimismo.
Narrada en primera persona con capítulos cortos, y desordenados saltos en el tiempo, la primera parte del libro está centrada en lo devastado, triste, dolorido y hundido que está el protagonista por la muerte de sus padres, que fallecieron en su día, y ya con una cierta edad, como se mueren la mayoría de los padres, pero sin embargo este hecho natural, supone un drama estratosférico para el autor, que se pasa la mitad del libro divagando sobre la muerte, de una forma casi obsesiva. Por ejemplo en el capítulo 28, que costa de apenas una página, el protagonista refiriéndose a su padre, repite diez veces la palabra cadáver, y cuatro veces la palabra muerto/s. Y eso en menos de una página, lo que puede dar una idea de lo repetitivo y monótono del tema. Ahí estuve a punto de abandonar el libro; sin embargo seguí adelante esperando encontrar las maravillas que decían de él los críticos y seguí leyendo las divagaciones filosóficas del autor sobre la vejez, la enfermedad, la degradación, la decadencia, el desgarrro…y las continuas quejas del protagonista sobre lo terrible que es la vida, y lo desdichado que es él, que es pobre (aunque tiene coche y vive en un piso de su propiedad) y lo sólo que está (tiene dos hijos que suelen venir a dormir a su casa y les prepara solomillo para cenar) pero es un hombre sin padres y sin esposa porque hace un año que están divorciados. (Más tarde confiesa que era alcohólico y mujeriego y que engañó en repetidas ocasiones a su mujer)
La segunda parte del libro es más amena porque el autor recuerda con cierta añoranza su infancia y su juventud y de paso va soltando pinceladas de algunos acontecimientos y anécdotas de la España de los 60 y 70 (aunque reconoce que no se acuerda bien de las fechas y la verdad es que se equivoca en bastantes datos) pero en la narración sigue imperando su negativa visión de la vida. Pongo un ejemplo bastante chocante. En el capítulo 57, recuerda que, al igual que montones de familias durante una década, veía todas las semanas con sus padres el icónico programa de televisión “Un, dos,tres… responda otra vez” y entre otras lindezas escribe (literal)…”solo me cabe el consuelo de que se vayan muriendo todos los concursantes y todos los presentadores y los productores y las azafatas de aquella inmensa boñiga de programa”… y unas líneas más adelante “Menos mal que ya todo ahora es un fantasma. Se murieron los presentadores, se fueron muriendo casi todos. El alivio y la purificación de la muerte para aquellos cuyos rostros capturó la televisión, humoristas, cantantes, presentadores, todos esos rostros tercamente españoles”… el autor vuelve a equivocarse rotundamente. Por una parte, no todos los rostros eran españoles y por otra, afortunadamente la mayoría de las personas que colaboraron en el programa, incluído su creador, que acaba de recibir un homenaje a su espléndida carrera, están vivos y muchos de ellos en activo, y algunos con gran éxito en el cine, la televisión y el teatro español, por lo que el autor, siempre desde su punto de vista pesimista y negativo de la vida, de la muerte y del mundo en general, a veces escribe con un gran desconocimiento de la realidad, ya que está obsesionado con ”su” realidad.
Una novela desgarradora, pero por momentos monótona y repetitiva, con un victimismo deprimente, a la que en mi opinión le sobran muchas páginas.
“El libro del año” me ha decepcionado completamente.
hace 5 años
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