Nadie debería morir cuando es posible evitarlo. El juramento de Hipócrates dice que al médico que entra en una casa debe impulsarle el único propósito del bienestar de los enfermos; pero, ese mismo juramento dice sólo un poco después que, todo aquello que el médico pueda oír y ver durante el ejercicio de su profesión y que sea de tal naturaleza que no deba propalarse, lo debe guardar con reservado sigilo y hacer como si aquello en realidad no hubiese ocurrido. Es algo así como tener un gran impulso y al mismo tiempo un marco que regula las posibilidades; un proyecto altruista y una ética: la ética del silencio y la reserva a la que tanto abogan los médicos y especialistas.