Suena un aldabonazo, discreto y perentorio. El doctor baja las escaleras con su linterna, cuya luz lo precede en el hueco (con manchas pardas) del vestíbulo. Luego de (y lo sorprendente e innovador y genial del asunto) una digresión de 296 líneas (las conté, una a una), unas 9 carillas aproximadamente, retoma la acción del primer párrafo y continúa la narración. En este momento (éste ha sido el primer indicio; habría un segundo, no menos perturbador, interesante y magnético que el primero) me di cuenta de que iba a enfrentarme con algo distinto, si bien aun no sabía si me iba a gustar (intuía que si) o no, ya al menos estaba sobre aviso de lo que se me venía encima; algo así como una avalancha rabiosa de ideas nuevas (viejas, pero nuevas para mi) y de un estilo diferente de cuanto me había tocado leer hasta ahora. La prosa de Faulkner me ha parecido fuerte, fogosa, expresiva, densa, tremendamente intensa, deliberadamente intensa, diría; ese golpetear, seco, rudo, agreste de las palmeras, aquel viento oscuro acechando afuera, provocando el sonido de las palmeras invisibles, el mar, también invisible, cuya presencia se barrunta por su aroma, me parece el marco adecuado, inmejorable para la acción en que se desenvuelve la historia; igualmente tan árida, tan salvaje e indómita en su inexorable e inextricable e inexplicable y nefasto destino, tan salvaje como aquel permanente y caprichoso viento nocturno, viento duro y salino con su perpetuo resonar de las palmeras salvajes, más allá, en la oscuridad, y adentro, bien adentro, en las entrañas de los protagonistas, donde también soplan esos vientos, como llamas, agrestes y rudas y secas, llamas secas y salvajes. Son dos las historias que se cuentan. Nada tienen que ver entre si; jamás se cruzan. Salvo que hay (adrede) notables correlaciones y diferencias entre ellas. Creo que no vale la pena que las mencione, ya que podría estropear uno de los detalles a "descubrir" del libro. Son, creo yo, harto evidentes, además, y tienen que ver con los destinos y los perfiles psicológicos de los protagonistas de ambas historias. La primera de ellas ("Las palmeras salvajes") nos introduce en los periplos de una pareja (la mujer, casada, que abandona a sus hijos y a su marido) por mantener e intentar perpetuar la relación "fresca", sin la contaminación de la vida adocenada, burguesa, que apesta a los matrimonios ordinarios; creo adivinar que ambas son historias de índole épica; la primera es contra un enemigo tal vez más feroz e implacable que en el de la segunda. Tal vez por ser más "emocional" y práctico que físico. La segunda historia ("El viejo"- nombre de El Mississippi) es la historia de un penado que salva a una mujer de la devastadora inundación de 1927, contando de manera exquisita y muy gráfica y visual el dominio de las aguas amarillas (llenas de animales muertos, y techos, y basura) sobre el frágil (y fuerte) esquife, donde “El Penado” y la mujer embarazada intentan sobrevivir a la hostilidad y a la furia (como aquel viento áspero y duro, que agita a las palmeras) de las aguas impetuosas; además de las dificultades de carácter físico que deben afrontar, no se excluyen las actitudes y los sentimientos contradictorios (heroicos, sin esa vulgar y desesperada arrogancia por el reconocimiento) y los pensamientos, los monólogos interiores del penado. El otro elemento impresionante y destacado, es el monólogo interior que interpola sin avisar, como un duro (y salvaje) golpe en el mentón, sin dar ninguna pista; a veces confuso, tan pasional, tan visceral en su verborrágica expresión, que aparece en forma brutal, y fluye con la lentitud de la lava, y que quema como la lava, que desorienta y obliga (algunas veces, no siempre) a releer el párrafo anterior, a destejer su significado; como suelen ser los pensamientos interiores, así de vagos, enmarañados y complejos, sin el filtro de la palabra expulsada - vilmente calculada casi siempre, vomitada en ocasiones de enojo (donde somos más sinceros, creo yo) en otras- de la conversación, donde se procura ser inteligible y razonable para no quedar como un maldito loco bastardo. Así, de esta manera, se introduce como una hoja afilada en medio de la narración, cortando el hilo (digresiones aparte) principal del argumento (tanto las muchas y necesarias digresiones, como los pensamientos, íntimos y genuinos son fundamentales para la solidez narrativa de Faulkner) siendo este, entonces, otro elemento fundamental del libro. Unas pocas veces el libro, con sus dificultades varias (bellezas varias) me ha parecido pesado; en general, se lee muy bien, y si se está concentrado y por sobre todo se disfruta de su peculiar estilo, es de agradable (pese a la dureza de algunos de los temas tocados) lectura. En este libro se habla de abortos ilegales (supongo que habrá causado horror en aquella época; lo causa hoy, sin ir más lejos); una mujer que abandona a sus hijos para vivir una "eterna luna de miel" con un hombre que conoce hace poco tiempo, libre de todo el aparato que hostiga a los matrimonios burgueses, es decir, del dinero, de la preocupación por el trabajo, la educación de los hijos, etc. He desobedecido a Borges y a un gran amigo de esta página; empecé por “Las palmeras salvajes”; Borges dice en una reseña (Tomo IV de obras completas) que las novedades técnicas en “El ruido y la furia”, en “Luz de agosto”, o en “Santuario” parecen necesarias, inevitables acaso; en cambio, en “Las palmeras salvajes”, dice “son menos atractivas que incómodas, menos justificables que exasperantes” y que para trabar conocimiento con William Faulkner, no es el mejor libro, aunque le reconoce sus cualidades, desde luego. Bien, a mi no me pareció (salvo unas partes realmente difíciles o imposibles, y sí, exasperantes tal vez, aunque siempre fascinantes) afortunadamente así, y debo, por esta vez, felicitarme por dicha desobediencia; de las más gratas y sorprendentes de mi vida.
hace 8 años
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