En los viejos cuentos italianos y en las leyendas eslovenas, el Demonio, asombrado por el virtuosismo de Tartini, le ruega que sea su maestro, que le enseñe a acariciar el violín. Sin embargo, en la novela de Pérez Zúñiga, la vida de Giuseppe Tartini (Pirano, 1692-Padua, 1770) acaba dominada por el Maligno y eclipsada por el propio autor. Nadie duda de la destreza de Zúñiga a la hora de recrear momentos y enclaves mágicos como el carnaval veneciano o el convento franciscano de Asís, ni de su habilidad para inventar personajes singulares; pero su prosa, por lo redundante e intrincada, aplasta a unos y otros. Tartini acaba perdiéndose en disquisiciones filosóficas, musicales y metafísicas y desesperando al lector. Las aventuras amorosas o los lances de espadachín poco o nada aportan al conjunto...una pena. Me quedo con la pícara Giulietta y su ojo de cristal, con la fogosa y oronda condesa Malcontenta y con el franciscano Boushlav y las descripciones de su Praga natal, cuatro nombres sin voz en un océano de párrafos remachados por más y más párrafos
hace 9 años