Escritos en la fecha simbólica de 1962 -considerada por muchos como la del final, por agotamiento, de la tendencia realista en la novelística de postguerra- los cuatro relatos que componen Fin de fiesta parecen participar de este tono, melancólico y desafiante, de los cambios de época. Los cuatro parten de una situación similar: las perturbaciones que causa en parejas atenazadas por esa indefinible crisis que provocan la desilusión, cierto hastío y la inseguridad personal (más en concreto, la del hombre), la irrupción de personas o elementos ajenos. Cuatro perspectivas distintas -las de un niño, un marido, la mujer, un amigo- iluminan el mismo problema en cuatro paisajes distintos, para configurar un mismo interrogante, el del valor de los episodios en el fluir de la vida.