En Daniela Astor y la caja negra (reseña: https://www.goodreads.com/review/show...), la anterior novela de Marta Sanz (Anagrama, 2013), las niñas protagonistas, Catalina y Angélica, soñaban con ser o parecerse a las actrices Daniel Astor y Gloria Adriano.
En Farándula, el título ya avisa que los tiros, de nuevo, irán por ahí. Farándula, síntesis de faralaes y tarántula como dice uno de los personajes, Ana Urrutia.
Los personajes de la novela son actores y actrices de teatro y de cine. La mirada de Marta Sanz es despiadada, centrando su atención en el debacle físico de actrices, mermadas, menoscabadas, quienes en su día fueron glorias de la interpretación, a merced ahora de ictus, enfermedades, incontinencias urinarias, de todo aquello que convierte el cuerpo humano en un contenedor de podredumbre. Y no sólo el derrumbe físico, que si no es asumible, sí es inevitable, sino el espiritual, el no reconocimiento por parte de un público que si antes aplaudía hasta dejarse las palmas de las manos en carne viva, ahora no quiere ver pellejos sino jóvenes actrices sobre el escenario, a quienes adorar, a quienes jalear y retratar con sus móviles de última generación. Un público que al no conocer el original, se queda muy satisfecho con la copia, para quienes ésta tiene el estatuto de algo nuevo y original como sucede por ejemplo con la puesta en escena de Eva al desnudo, que supondrá la consagración de una de esas jóvenes actrices que cotizan al alza, Natalia de Miguel, que triunfa en la Santísima Trinidad Actoral del teatro, cine y televisión.
No falta tampoco el actor consagrado, ganador de la Copa Volpi, un tal Daniel Valls, que se ha ido a vivir fuera de España para huir del acoso de la prensa. No se ha ido a Los Ángeles, sino a París, Un actor progre que a pesar de su vivir burgués firmará manifiestos, que lo comprometen políticamente y por los que recibirá hondonadas de hostias virtuales, e incluso le harán unos huevos rotos en la jeta como si ésta fuera una sartén, una rúbrica, un posicionamiento que le cerrará las puertas del mercado, de su oficio, que no solo no acepta la disidencia, para quien el actor debe ser algo neutro, aséptico, la suya una ideología tan camaleónica que no tenga relieve, ni presencia alguna. Un Daniel Valls, débil mental, perdido en sus contradicciones, dispuesto a emprender un viaje vertical.
Presentes también las figuras de esos actores y actrices que nunca cotizaron y que ahora se las ven y se las desean para llegar a fin de mes, siempre en el filo de la navaja, en un vivir no nómada, pero si precario, que se acentúa una vez que sus discontinuos ingresos que les depara su oficio, no se ven respaldados por pensión alguna, sin más sostén que los, a menudo, exiguos ahorros.
Sanz no quiere dejar pasar la ocasión, como hace al comienzo de la novela, para tomar unas instantáneas de lo que se cuece cualquier día en la Puerta del Sol, tras los movimientos 15M, ni tampoco para explayarse sobre ese cajón de sastre de lo que entendemos por “gente”, que resulta tan mundano como soporífero.
Hay más personajes en la novela, pero ninguno con entidad suficiente, ni si quiera el que lleva la voz cantante, una tal Valeria Falcón, maestra de actores y actrices, camino del ocaso. La equidistancia que Sanz traza con respecto a sus personajes es la misma que he sentido yo respecto a su novela. Esa mezcla de lucidez, desamparo y causticidad, no permite asideros en la lectura y ni siquiera el humor corrosivo sirve como desahogo o alivio, más bien como una sonrisa, con alma de mueca, que no llega a ser tal.
Todo el texto es tragedia, artificio, devenir, grisura, patetismo, medianía. Y el teatro, el cine, es esto, pero no sólo esto, creo. Sanz, muy pesimista, no da opción a la esperanza, a la ilusión, que siempre ha alimentado (y alimentará) cualquier expresión artística.
hace 8 años
3
0