Henry Miller fue capaz de ofrecer una imagen indeleble de Nueva York, la ciudad en la que creció y se formó, pero el hecho de establecerse luego en la Ciudad de la Luz le convirtió en un observador privilegiado de la vida parisina, y a través de las juergas sexuales de dos amigos y compañeros de piso, Joey (Miller) y Carl (Alfred Perlès), traza una espléndida imagen del París nocturno, prostibulario y sórdido de 1933. Los escarceos de Carl con una menor, las tretas para no pagar los servicios a las prostitutas o los encuentros con personajes singulares van yuxtaponiéndose en estos dos relatos hasta convertirlos en un recorrido acelerado y sincopado por diversos y fascinantes espacios que Miller retrata perfectamente con las mínimas palabras. Con justicia se ha convertido en un clásico de la literatura erótica. Días tranquilos en Clichy, quizá la obra de mayor fuerza visual y trepidante ritmo de Miller, fue llevada al cine en dos ocasiones, en 1970 por Jens Jorgen Thorsen y en 1990 por Claude Chabrol, y es todo un referente de la novela erótica.