Un rumor desconcertante recorre los pasillos del hotel Dusseaux, desborda los muros del recinto y se extiende por todo Moscú: «¡El general blanco ha muerto!» Mijail Dimitrievich Soboliev, epítome del héroe ruso, una síntesis de Aquiles, Alejandro Magno y Napoleón concentrados en un solo hombre, ha muerto de improviso en la flor de la vida. A pesar de la enorme conmoción, y cuando la voz con la trágica noticia aún reverbera tanto en las imponentes avenidas como en las callejuelas de la metrópoli, dos oídos atentos y una nariz suspicaz se concentran en la escena del suceso. Ha regresado Erast Fandorin, el investigador autodidacto que, tras una misión diplomática de cuatro años en Japón, llega al hotel horas antes de que se dé a conocer el terrible acontecimiento. El punto débil de Soboliev —su irremediable debilidad por las mujeres hermosas— y la fundada sospecha de que algo oscuro se esconde detrás de la aparente muerte natural del egregio militar, abren el apetito indagador de Fandorin. Conforme siguen pistas, esquivan emboscadas y eluden persecuciones, el flamante «consejero titular» y su ayudante japonés Masa se ven envueltos en una trama que corta la respiración, infiltrándose desde los gabinetes de las altas esferas gubernamentales hasta los bajos fondos de Jitrovka, sin olvidar sus inesperados tropiezos en las alcobas de ciertas bellezas... Y mientras entre bastidores se perfila la sombra de un acérrimo enemigo del consejero, la opereta se convierte en drama: como un juego de cajas chinas vuelto del revés, el caso Soboliev crece y se agiganta hasta descubrir el verdadero e insospechado móvil y, tal vez, al verdadero e insospechado culpable.