Imaginemos a alguien siguiendo la pista de un escritor austríaco llamado Schwarzchild, desaparecido en extrañas circunstancias. Imaginemos que ese alguien se dedicara a copiar, una vez tras otras, las obras de ese autor (por otra parte, de dudoso mérito literario), copias que irán incluyendo, poco a poco, más y más errores respecto del original. Pues bien, el resultado podría ser algo parecido a los relatos que componen Atractores extraños. Se trata de relatos donde lo real (en sus manifestaciones tecnológica, política, periodística o íntima) aparece indisolublemente ligado a su aspecto más inhóspito e inquietante. En Atractores extraños, lo contemporáneo se muestra solidario del mundo mítico, de la violencia fundacional de los orígenes. Así la temporalidad se fractura para mostrar el espesor insospechado de lo real, aquello siempre desconocido hacia lo cual apunta la sucesión inacabable de “copias” que sustentan y de las que se abastece nuestra cultura.