Cuando Robertson Davies inició su “Trilogía de Depford” con “El quinto en discordia”, la manera con la que retrataba la existencia de un auténtico escalador social que trepa hasta acabar asesinado en circunstancias sin resolver, actuaba como aliciente para leer los otros dos libros, en los que, en cada uno, se contaba la existencia de sus dos amigos íntimos de niñez. En “El mundo de los prodigios”, uno de esos niños cuenta a cámara, mientras se rueda un documental sobre su vida como mago, como se enrola de forma accidental en un circo de niño y se mete de esa manera en el mundo del ilusionismo. Si bien la idea parece buena, las referencia a personajes y a situaciones que no llevan a ningún lado, la pesadez de las disquisiciones personales del protagonista y empeño en semblanzas psicológicas interminables, hacen de la novela una obra de muy difícil lectura que se presta a dejarla sin acabar. www.antoniocanogomez.wordpress.com
hace 3 meses