Bajo la denominación “novela policiaca”, las estanterías de los grandes almacenes y las divisiones por géneros literarios engloban tanto la narrativa que de verdad se enmarca en ese estilo como aquella que, en realidad, debería calificarse como “novela negra”. La distinción, no siempre clara, radica en que mientras en la primera se parte de un asesinato sobre el que debe iniciarse el proceso de ir tirando de la madeja y, tras ello, conocer el perfil psicológico de los sospechosos, en la segunda (noir, como algunas editoriales han empezado a llamar a sus nuevas colecciones), se pierden en los bajos fondos, venganzas y situaciones límites en las que se puede matar y renunciar a los principios sacando al exterior los aspectos recónditos más siniestros de cada uno. Dorothy L. Sayer, perteneciente a la conocida como edad de oro de la novela policiaca inglesa, quizá quedo eclipsada por la coincidencia temporal entre el fallecimiento de Arthur Conan Doyle y la irrupción del fenómeno Sherlock Holmes, y por su su coetánea Agatha Christie. A lo anterior se sumó la mayor extensión de sus obras y la dificultad de ir siguiendo las pistas y los datos que ofrecía en sus historias, con lo que la creadora de Poirot y Miss Marple tuvo fácil imponerse sobre Sayers debido al carácter más sencillo –que no por ello inferior- de su prolija bibliografía. Ambientada a comienzos de la década de los años 30, en una playa inglesa, una conocida escritora de novelas policiacas encuentra el cadáver de un joven sobre una roca. De esa escena, hábilmente alargada por la autora, cabe destacar la inocencia con la que la dama se acerca al cadáver creyendo que es un hombre que duerme y al que debe despertar para que la marea creciente no lo arrastre. La relajación de las olas, la forma con la que se describe cómo Harriet Vane deja sus huellas sobre la orilla, y el ruido del vuelo de las gaviotas, ofrece una ambientación idílica en el que la autora consigue, gracias a la sucesión de secuencias que dan lugar al descubrimiento del cadáver, que ese asesinato no rompa la estampa bucólica. En casi seiscientas páginas de novela se describen datos concretos, hechos, horas en las que los sospechosos niegan o confirman su presencia cerca del lugar del crimen y demás elementos en los que la labor detectivesca de Peter Winsey y Harriet Vane se va desenvolviendo. Esa extensión de la trama conduce, inevitablemente, a que el lector pierda el interés en algunos momentos. Ejemplo de ello, la tediosa manera con la que los investigadores, a lo largo de demasiadas páginas, van desentrañando combinaciones de letras que conducen a un mensaje oculto pero también a que el sujeto activo de la lectura no oculte la pesadez que le generan esos párrafos y el inevitable deseo de dejar a tras tan innecesarios párrafos. Como contrapunto, Sayers cumple de manera sobresaliente una de las funciones de la buena novela policiaca: reflejar las tensiones sociales del país y de la época en la que la historia se ambienta. En Un cadáver para Harriet Vane, publicada en 1932, ya se perciben los recelos de la sociedad inglesa hacia los bolcheviques recién instaurados en Rusia, haciendo así la autora de notaria de los miedos de occidente al recién nacido gigante soviético. Esas tensiones, reflejadas en una novela escrita década y media antes del levantamiento del telón de acero, dan a la obra el mérito de trascender a la mera literatura y convertirse en un elemento de referencia para la sociología y la historiografía. https://antoniocanogomez.wordpress.com/2018/08/27/120/
hace 2 años