Este madrileño del 81 apuntaba ya en su primer volumen muy buenas maneras. Con un notable dominio de las tonalidades rítmicas, su decir venía signado por una fina expresividad y un confesionalismo sugeridor. En esta ocasión ha vertebrado un poemario de sonora esencia verbal, en el que se adivina un discurso de mayor trascendencia, despojado ya de aquel acento más juvenil y amatorio que envolvía su entrega inicial. Poemario, en suma, dador de certidumbres, que celebra en sus páginas la alianza del fulgor vital y la límpida melancolía.” Jorge de Arco.