Moose Creek no era para Dafydd Woodruff más que el recuerdo difuso de un poblado de Canadá, donde años atrás había buscado refugio para su atormentado ser huyendo de un grave error en su, entonces, incipiente carrera como médico. Pero aquellos días habían quedado atrás y Woodruff, casado y afincado en Inglaterra, difícilmente habría vuelto a pensar en aquel lugar de no ser por una carta que cambiará su vida: una misiva escrita por una niña que afirma ser su hija y cuyo mayor deseo es conocerle. Una sorpresa mayúscula, máxime cuando Dafydd y su esposa llevan años intentando infructuosamente tener hijos; pero sobre todo porque la madre de su supuesta hija no es otra que Sheila Hailey, una hermosa enfermera de carácter dominante, de quien Woodruff no guardaba precisamente el mejor de los recuerdos y con quién podía jurar que jamás había tenido una aventura. La duda y la persistencia de los mensajes sobre su paternidad irán minando su ánimo y, con su matrimonio a punto de irse a pique y desprestigiado en su trabajo sólo le quedará una opción: retornar al lugar donde creía haber exorcizado todos sus demonios.